Cita

Cada dos años, alternativamente a uno y otro lado del Atlántico, un Encuentro internacional reúne a los miembros de la IF y de la Escuela alrededor de un tema fijado desde el Encuentro anterior.
Previamente a cada Encuentro, los trabajos preparatorios serán difundidos en la Lista de difusión de los miembros, y retomados en el sitio. Las contribuciones presentadas en los Encuentros se incluirán en la Revista Heteridad en su edición electrónica.
Cada Encuentro es también la ocasión para reunir, durante un día y medio, las asambleas de la IF y de la Escuela, cuya vocación es la de ajustar la orientación y el funcionamiento a la experiencia y a la evolución de las distintas situaciones.

Las paradojas del deseo

Es un hecho conocido: el deseo no se satisface tan fácilmente. La observación nos enseña sus vueltas y desvíos en persecución de un objeto que se desvanece en el instante mismo de su captura. ¿Pero por qué tanto estorbo por un simple asunto de placer?
Freud reconoció en la tragedia de Edipo el obstáculo a la satisfacción completa del deseo: la aspiración amorosa que se apodera de un organismo inmaduro. La cultura con sus prohibiciones brinda su alcance simbólico a esta imposibilidad primera. Los deseos, cuyos objetos están fijados desde la infancia y no concuerdan bien entre sí, hallan así su regulación en la Ley. Ella desrealiza estos objetos y por su permanencia eterniza el deseo en su indestructibilidad, incluso en el sueño, colmo de la evanescencia, que lo realiza.
Lacan refirió esta indestructibilidad a la ley del significante y mostró el lugar determinante del lenguaje en la constitución del deseo, desplazando la paradoja de un objeto que pierde su valor apenas es poseído, a la de un deseo incompatible con la palabra que, no obstante, lo soporta.
Junto a los fallidos del deseo, hay que reconocer sus logros. Raramente toman el aspecto de una hazaña y frecuentemente se deslizan en el sufrimiento del síntoma, satisfacción paradójica. A este nivel puede intervenir el psicoanálisis, para liberar el placer en los campos ya identificados por Freud del amor y del trabajo. Un psicoanálisis puede permitir al sujeto descubrir que es el escenógrafo de una vida, la suya propia, y el temor de no ser más que una marioneta no hace sino embrollarla. En efecto, nunca hay una interpretación unívoca de un texto, porque su sentido le viene del fantasma.
De manera deliberada Lacan no mencionó al autor como horizonte ideal de un psicoanálisis. Sin embargo el texto inconsciente forma y afecta al ser hablante tanto como las interpretaciones que pudo, y puede, formular en tanto sujeto: es más, este texto es lo más real que tiene el sujeto y en consecuencia lo más singular. Así Lacan, tras haber despejado con cuidado la estructura del deseo en su vínculo con el Otro simbólico, temperó su promoción en provecho de una interrogación sobre el goce.
En efecto, lo simbólico y lo imaginario que determinan el deseo y sus vías no dejan de estar vinculados con un real, un real que no se reduce a su imposible unificación. Lalengua, fuera de cadena, revela ahí su presencia y su dimensión causal, y conduce a reconsiderar lo que identifica a un hablaser. El Nombre-del-Padre encontrará entonces una nueva definición: el acto de nominación es signo de un deseo y quien lo recibe y acepta puede hacerlo funcionar.
Este paso adelante, que disocia el deseo de toda representación autorizada, tiene consecuencias primordiales, tanto en el psicoanálisis -su experiencia y su transmisión- como en la lectura de los fenómenos de la época. Aún estamos haciendo el inventario de estas consecuencias en cuanto al primero, en particular con la formulación lacaniana del final del análisis por la identificación al síntoma; no obstante, la época no nos ha esperado para proceder a tal disociación, corrientemente atribuidas al declive del padre, cuando en realidad ese declive conducía al poder colectivizante de los grandes significantes-amos que regían la sociedad hasta los tiempos de Freud. Podemos constatar que este cambio no facilita la vía de los sujetos, que ni siquiera disponen ya del recurso de oponerse a estos ideales dada su poca consistencia.
¿Cuáles pueden ser entonces las formas del deseo que el sujeto moderno ha de inventar, con sus callejones sin salida, que son otros tantos síntomas, en ocasiones calificados de nuevos? Al haberse distendido, incluso quebrado, el vínculo entre lo real del significante y lo imaginario del cuerpo sexuado, la pregunta repercute hasta en los vínculos amorosos, sexuales, familiares. En este contexto ¿cómo pueden los psicoanalistas sostener su deseo para hacerse los interlocutores de los sufrimientos que les acompañan?

Marc Strauss

Temas :

I – El deseo, esta aporía encarnada
Esta expresión de Lacan en «La Dirección de la cura» nos indica que el deseo, efecto del significante, no se articula sin tener en cuenta al cuerpo y al goce que lo marca, en la vertiente de su falta, castración, así como en la de su resto pulsional.
Las diferentes estructuras clínicas deberían encontrar cómo ordenarse a partir de esta relación.

II – Nuevos deseos
La época contemporánea se caracteriza por una oferta desmultiplicada de satisfacciones que parecen desreguladas con respecto a los significantes-amos que aún estaban en curso en tiempos de Freud. ¿Cuál es la incidencia de la modernidad en el lugar del deseo en la economía subjetiva, en su vínculo con lo que adquiere la máscara de un goce enloquecido?

III – Los nombres de deseo
Con la reconsideración por parte de Lacan del significante, que ya no es causa del corte con el goce, sino que es goce en sí mismo, el deseo adquiere una nueva dimensión, en su vínculo con el decir. El deseo ya no es entonces deseo de reconocimiento, ni únicamente deseo del Otro, sino que adquiere un valor singular para el hablaser. El curso de un análisis, hasta su fin, requiere pues una redefinición.

IV – ¿Qué es interpretar el deseo?
Si el deseo es su interpretación, esta última supone condiciones que responden a las de su constitución. El psicoanalista, por la transferencia, es pues inseparable de la definición misma del inconsciente, y se incluye en la estructura del deseo. Su deseo, para intervenir en él de modo operante, debería tener otras coordenadas, las que obtendría de su propio análisis.