Preludio 8, Marcelo Mazzuca

Las paradojas del deseo del analista

Nuestra próxima Cita en París nos ha puesto en la pista del deseo y de su paradoja: ¿cómo alcanzarlo con la interpretación si resulta lógicamente “incompatible con la palabra”? Respuesta: no sin otro deseo.

Quedamos entonces abiertos a un amplio abanico de problemas clínicos que sin embargo confluyen hacia una consideración ética particular: situar las coordenadas del deseo del analista, esa “clase especial de deseo que se manifiesta en la interpretación”[1], ese “postulado” de base de toda formación del analista[2].

En este sentido, no puede ser casual que el propio Lacan haya formulado por primera vez la pregunta por el deseo del analista en el momento preciso en que pudo situar la paradoja del deseo[3]. La formulación topológica del deseo, en 1958, lo empuja inexorablemente hacia una ética de la cura que consiga integrar “las conquistas freudianas sobre el deseo” para darles una respuesta en acto[4].

Diez años más de enseñanza le llevó a Lacan dar cuenta de aquella estructura del acto analítico. En el medio tenemos un recorrido rico en referencias que reflejan aspectos diversos de la función deseo del analista y de las notaciones algebraicas de las que se sostiene[5]. Ese recorrido sugiere una fórmula: así como puede decirse que el sentido de la verdad de todo sueño es el de la realización de un deseo (con lo que esta realización onírica comporta de “irrealización” al mismo tiempo), nosotros podríamos afirmar que el sentido del deseo del analista —no el significado de tal o cual deseo de tal o cual analista, sino el sentido del deseo del analista como noción ética y clínicamente operativa— es el de la “realización en acto”.

Ahora bien, aún así, ¿llegaríamos al extremo de sostener que dicho deseo está exento de paradojas? ¿Cómo hace frente el analista a la estructura paradojal del deseo? Preguntas que reconducen a la clínica del final del análisis y del pase, abriendo el interrogante acerca de los vínculos entre el deseo y el acto, pero también acerca del goce y la satisfacción que tal vez le sean correlativos. Porque no basta con ubicar hacia el final el colapso de la verdad del deseo en el “yo miento”, hay que poder situar allí la relación con su fuente pulsional y con el decir que nomina. Y aún cuando esa nominación sea la de “Pinocho”, no alcanza con situar al sujeto de la enunciación, hay que constatar además si su corazón es o no de fantasía y si efectivamente le crece o no le crece la nariz.

 


[1] Lacan, J. (1962-63). La angustia. El Seminario. Libro 10. Buenos Aires: Paidós, 2006, clase IV, p. 65.

[2] Lacan, J. (1963-64). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario. Libro 11.  Buenos Aires: Paidós, 1994, clase 1.

[3] Lacan, J. (1958). “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2, Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 1988, p. 595.

[4] Ibíd.

[5] Lacan, J. (1963-64). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario. Libro 11.  Buenos Aires: Paidós, 1994, clase 1.